23 de noviembre de 2009

Cuento "La serpiente y el hombre sabio"


Fuera de una pequeña aldea en la India vivía una serpiente negra. Su picadura no era fatal pero podía hacer que un hombre enferme por varias semanas. Ya había picado a varias personas. Era una serpiente rápida y viciosa y atormentaba continuamente a la aldea.

Un hombre sabio, en su peregrinaje anual, acertó a pasar a través de esta aldea cierto día de primavera. Los aldeanos, adultos y niños, se amontonaron alrededor de él para pedir su bendición. Un campesino lo siguió, y antes de que el sabio terminara de colocar su mano en la última cabeza, se paró delante de él:

“No pido una bendición para mi,” dijo el campesino “sino para la aldea entera. Si usted pudiera liberarnos de la serpiente que nos atormenta entonces verdaderamente nos bendeciría tanto con hechos como con palabras".

El hombre sabio pidió ser conducido al agujero de la serpiente. Ésta se hallaba afuera, enrollada en un círculo. El sol brillaba en su suave lomo, cubierto de rayas verde intenso y amarillas que rodeaban su cuerpo resplandeciente.

“Serpiente,” murmuró el hombre sabio, “he venido a hablar contigo.”

La serpiente levantó su cabeza y miró fijamente al hombre sabio con sus penetrantes ojos.

“Serpiente,” entonó suavemente el hombre sabio, “debes dar marcha atrás al errado camino que has estado transitando. La vida es corta. ¿Quién sabe cuántas largas vidas tendrás que recorrer para estar en armonía con ésta?”. Y comenzó a cosquillear la parte posterior de la serpiente. La serpiente bajó su cabeza y cerró los ojos.

“Serpiente,” insistió el hombre sabio, “debes seguir un camino de paz, debes vivir en armonía con todas las cosas vivas.”

En esto la serpiente silbó siniestramente. Pero el hombre sabio continuó sin cesar, entonándole suavemente un susurro y frotando ligeramente su lomo. Lentamente la serpiente fue desenroscándose. Comenzó a sacudirse suavemente al ritmo de los sonidos apacibles del hombre sabio. El hombre sabio eligió sus palabras cuidadosamente hasta que la serpiente fue enteramente atrapada por ellas.

El día llegó a su atardecer, y todavía el hombre sabio le hablaba. Finalmente dijo:

“Serpiente, debo ahora dejarte, pero debemos hacer un pacto. Por un año entero no harás ningún mal a los aldeanos. En el final de ese tiempo volveré y seguiremos hablando.”

Un año pasó y el hombre sabio, como había prometido, estaba parado otra vez delante del agujero de la serpiente.

Después de un largo rato la serpiente emergió, lenta y dolorosamente. Su cuerpo que una vez fue relajado y flexible, estaba ahora demacrado. Su piel estaba cubierta de grandes heridas, algunas aún sangrientas y otras convertidas en costra.

“¡Serpiente, querida serpiente! ¿Quién te ha hecho esto?” gritó el hombre sabio.

Hablando sin amargura, la serpiente comenzó su cuento. Una vez que los aldeanos se enteraron de la transformación de la serpiente, en respuesta, habían comenzado a atormentarla. Lanzaron al principio piedras y palillos desde lejos. Luego, viendo que la serpiente no tomó represalias, se fueron volviendo más audaces.

“He guardado mi promesa” dijo la serpiente, “y el resultado es que no puedo incluso dormir al sol sin ser pinchada, pateada o golpeada. Me equivoqué al escucharte. Tu eres el culpable de mi miseria.”

El hombre sabio cosquilleó suavemente el delgado lomo de la serpiente.

“Oh pobre serpiente,” dijo. “Debo admitirlo. Tu tormento es enteramente mi culpa, porque no me expliqué correctamente. Quería que dejaras de picar a los aldeanos, no me refería a que dejaras de silbarles."
Fuente: "33 cuentos Sufis" / Editorial "De la tradición"