4 de enero de 2010

El águila que se convirtió en gallina


Érase una vez un águila que fue criada en un gallinero. Creció pensando que era una gallina.
Era una gallina extraña y eso le hacía sufrir.
¡Qué tristeza cuando se veía reflejada en los espejos de los pozos de agua!...¡Era tan diferente!
El pico era demasiado grande, además impropio para comer grano, como hacían todas las otras. Sus ojos tenían un aire feroz, diferente de la mirada amedrentada de las gallinas, que tanto le gustaban al gallo. Era muy grande, atlética.
Con certeza sufría de alguna enfermedad...
Ella sólo quería una cosa: ser una gallina común, como todas las otras. Hacía un esfuerzo enorme para eso. Intentaba moverse con el bamboleo propio de las gallinas, andaba medio agachada, para no destacar por la altura, tomaba lecciones de cacareo. 


Y lo que más quería: que su cacareo tuviera el mismo sonido familiar y acogedor del cacareo de las gallinas. 
¡El suyo era diferente, inconfundible!
Sucedió que un día, un alpinista que se dirigía para la cumbre de las montañas pasó por allí. Los alpinistas son personas a los que les gustaría ser águilas: como no pueden, hacen aquello que más se acerca, con sus pies y sus manos, trepan hacia las alturas donde ellas viven y vuelan. Y se posan allá, mirando para abajo, imaginando que sería magnífico si fuesen águilas y pudiesen volar.
El alpinista vio el águila en el gallinero y se asustó.
-¿Qué haces tú, un águila, viviendo en medio de un gallinero?-le preguntó
Ella pensó que le estaba gastando una broma y se enfadó.
-No me hace gracia. Las águilas son tontas. Yo soy una gallina en cuerpo y alma aunque no lo parezca.
-Una gallina es otra cosa, replicó el alpinista. Tu tienes el pico de un águila, la mirada de un águila, el graznido de un águila… ¡Eres un águila!¡Deberías estar volando!- Dijo, señalando hacia unos minúsculos puntos negros en el cielo, muy lejos, donde unas águilas volaban, cerca de los picos de las montañas.
-Dios me libre. Tengo vértigo de las alturas. Me da miedo. La máxima altura para mí es el segundo escalón del gallinero. Le respondió.
El alpinista no le hizo caso...

Agarró el águila y la metió dentro de un saco, y continuó su marcha para lo alto de las montañas. Cuando llegó allí escogió el abismo más profundo, abrió el saco y arrojó el águila al vacío.
Ella cayó. Aterrorizada, se debatió furiosamente, procurando agarrarse a algo. Pero, no había nada. Sólo sentía que le estorbaban las alas.
Y fue entonces cuando algo nuevo sucedió. Del interior de su cuerpo gallináceo, un águila que había estado mucho tiempo adormecida y olvidada, se acordó, extendió sus alas y, de repente… voló.



Fuente:  "Érase una vez" Fundación Girasol.